MANIFIESTO LIMINAR DE LA REFORMA UNIVERSITARIA
Federación Universitaria de Córdoba, 1918
Hombres de una república libre, acabamos de romper
la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua denominación
monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre
que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza
menos y una libertad mas. Los dolores que quedan son las libertades que faltan.
Creemos no equivocarnos; las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos
pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.
La rebeldía estalla en Córdoba y es violenta porque
aquí los tiranos se habían ensoberbecido y era necesario borrar para siempre el
recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo. Las universidades han sido
hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la
hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aun- el lugar en
donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que
las dictara. Las universidades han llegado a ser así fiel reflejo de estas
sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una
inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia frente a estas casas mudas y
cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático.
Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus, es para
arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que,
dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la
enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el
fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad
revolucionaria.
Nuestro régimen universitario -aún el mas reciente-
es anacrónico. Está fundado sobre una especia de derecho divino; el derecho
divino del profesorado universitario. Se crea a si mismo. En el nace y en el
muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La federación universitaria de Córdoba
se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida.
Reclaman un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos
universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica
principalmente en los estudiantes. El concepto de autoridad que corresponde y
acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios
no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de
los estudios. La autoridad, en un hogar de estudiantes, no se ejercita
mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando.
Si no existe una vinculación espiritual entre el
que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente
infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden.
Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un
reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario,
pero no una labor de ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a
gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los
jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la
autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclaman el
sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo
solo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La
única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de ciencia, es la del que
escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.
Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo
universitario el arcaico y bárbaro concepto de autoridad que en estas casas de
estudio es un baluarte de absurda tiranía y solo sirve para proteger
criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia. Ahora advertimos que la
reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la Universidad de Córdoba
por el Doctor José Nicolás Matienzo, solo ha venido a probar que el mal era más
afligente de lo que imaginábamos y que los antiguos privilegios disimulaban un
estado de avanzada descomposición. La reforma Matienzo no ha inaugurado una
democracia universitaria, ha sancionado el predominio de una casta de
profesores. Los intereses creados en torno de los mediocres han encontrado en
ella un inesperado apoyo. Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de un
orden que no discutimos, pero que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es
así, si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo,
proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección. Entonces la única
puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la
juventud. El sacrificio es nuestro mejor estimulo; la redención espiritual de
las juventudes americanas, nuestra única recompensa, pues sabemos que nuestras
verdades lo son -y dolorosas- de todo el continente. ¿Qué en nuestro país una
ley -se dice-, la ley de Avellaneda, se opone a nuestros anhelos? Pues a
reformar la ley, que nuestra salud moral lo esta exigiendo.
La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es
desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aun de contaminarse. No se equivoca
nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no se hace
mérito adulando o comprando. Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maestros
y directores, seguros de que el acierto a de coronar sus determinaciones. En
adelante, solo podrán ser maestros en la futura república universitaria los
verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de
bien.
La juventud universitaria de Córdoba cree que ha
llegado la hora de plantear este grave problema a la consideración del país y
de sus hombres representativos.
Los sucesos acaecidos recientemente en la Universidad de
Córdoba, con motivo de la elección rectoral, aclaran singularmente nuestra
razón en la manera de apreciar el conflicto universitario. La Federación Universitaria
de Córdoba cree que debe hacer conocer al país y a América las circunstancias
de orden moral y jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de
junio. Al confesar los ideales y principios que mueven a la juventud en esta
hora única de su vida, quiere referir los aspectos locales del conflicto y
levantar bien alta la llama que esta quemando el viejo reducto de la opresión
clerical. En la
Universidad Nacional de Córdoba y en esta ciudad no se han
presenciado desórdenes; se ha contemplado y se contempla el nacimiento de una
verdadera revolución que a de agrupar bien pronto bajo su bandera a todos los
hombres libres del continente. Referiremos los sucesos para que se vea cuánta
razón nos asistía y cuánta vergüenza nos sacó a la cara la cobardía y la
perfidia de los reaccionarios. Los actos de la violencia, de los cuales nos
responsabilizamos íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de puras
ideas. Volteamos lo que representaba un alzamiento anacrónico y lo hicimos para
poder levantar siquiera el corazón sobre esas ruinas. Aquellos representan
también la medida de nuestra indignación en presencia de la miseria moral, de
la simulación y del engaño artero que pretendía filtrarse con las apariencias
de la legalidad. El sentido moral estaba oscurecido en las clases dirigentes
por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa indigencia de ideales.
El espectáculo que ofrecía la asamblea
universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos de captarse la buena
voluntad del futuro Rector exploraban los contornos en el primer escrutinio,
para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin recordar la
adhesión públicamente empeñada, el compromiso de honor contraído por los
intereses de la
Universidad. Otros -los más-, en nombre del sentimiento
religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la
traición y al pronunciamiento subalterno. (¡Curiosa religión que enseña a
menospreciar el honor y deprimir la personalidad! ¡Religión para vencidos o
para esclavos!). Se había obtenido una reforma liberal mediante el sacrificio
heroico de una juventud. Se creía haber conquistado una garantía y de la
garantía se apoderaban los únicos enemigos de la reforma. En la sombra de los
jesuitas habían preparado el triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla
habría comportado otra traición. A la burla respondimos con la revolución. La
mayoría expresaba la suma de la represión, de la ignorancia y del vicio.
Entonces dimos la única lección que cumplía y espantamos para siempre la
amenaza del dominio clerical.
La sanción moral es nuestra. El derecho también.
Aquellos pudieron obtener la sanción jurídica, empotrarse en la ley. No se lo
permitimos. Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico irrevocable y
completo, nos apoderamos del salón de actos y arrojamos a la canallada, solo
entonces amedrentada, a la vera de los claustros. Que esto es cierto lo
patentiza el hecho de haber, a continuación sesionado en el propio salón de
actos la
Federación Universitaria y de haber firmado mil estudiantes
sobre el mismo pupitre rectoral la declaración de huelga indefinida.
En efecto, los estatutos reformados disponen que la
elección de Rector terminara en una sola sesión, proclamándose inmediatamente
el resultado, previa lectura de cada una de las boletas y aprobación del acta
respectiva. Afirmamos, sin temor de ser rectificados, que las boletas no fueron
leídas, que el acta no fue aprobada, que el rector no fue proclamado y que, por
consiguiente, para la ley, aun no existe rector de esta Universidad.
La juventud universitaria de Córdoba afirma que
jamás hizo cuestión de nombres ni de empleos. Se levanto contra un régimen
administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad. Las
funciones públicas se ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas. No
se reformaban ni planes ni reglamentos por temor de que alguien en los cambios
pudieran perder su empleo. La consigna de "hoy para ti, mañana para
mi" corría de boca en boca y asumía la preeminencia de estatuto
universitario. Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo,
contribuyendo a mantener a la universidad apartada de la ciencia y de las
disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la repetición interminable
de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos
universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en
clausura a la juventud, creyendo que la conspiración del silencio puede ser
ejercitada en contra de la ciencia. Fue entonces cuando la oscura universidad
mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a Palacios y a otros, ante
el temor de que fuera perturbada su placida ignorancia. Hicimos entonces una
santa revolución y el régimen cayo a nuestros golpes.
Creímos honradamente que nuestro esfuerzo había
creado algo nuevo, que por lo menos la elevación de nuestros ideales merecía
algún respeto. Asombrados, contemplamos entonces como se coaligaban para
arrebatar nuestra conquista los más crudos reaccionarios.
No podemos dejar librada nuestra suerte a la
tiranía de una secta religiosa, ni al juego de interese egoístas. A ellos se
nos quiere sacrificar. El que se titula rector de la Universidad de San
Carlos ha dicho su primera palabra: "prefiero antes de renunciar que quede
el tendal de cadáveres de los estudiantes". Palabras llenas de piedad y de
amor, de respeto reverencioso a la disciplina; palabras dignas del jefe de una
casa de altos estudios. No invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se
siente custodiado por la fuerza y se alza soberbio y amenazador. ¡Armoniosa
lección que acaba de dar a la juventud el primer ciudadano de una democracia
universitaria!. Recojamos la lección, compañeros de toda América; acaso tenga
el sentido de un presagio glorioso, la virtud de un llamamiento a la lucha
suprema por la libertad; ella nos muestra al verdadero carácter de la autoridad
universitaria, tiránica y obcecada, que ve en cada petición un agravio y en
cada pensamiento una semilla de rebelión.
La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca
el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios
por medio de sus representantes. Esta cansada de representar a los tiranos. Si
ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede
desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa.
La juventud universitaria de Córdoba, por
intermedio de su Federación, saluda a los compañeros de América toda y los
incita a colaborar en la obra de libertad que inicia.
Fuente:
Publicación especial de la Federación Universitaria de Tucumán, 1998.
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